JESUS GARCIA-VIZCAINO

Psicólogo Clínico. Sexólogo. Especialista en Adicciones.
jesused@gmail.com

MARIANA FLINT

Psicólogo Clínico. Especialista en Adicciones.
marianaflint@gmail.com

jueves, 6 de mayo de 2010

Comprensión Psicoanalítica: El Narcisismo en Drogodependientes



NOCIONES SOBRE NARCISISMO EN DROGODEPENDIENTES
Mariana Flint - Psicólogo Clínico
            
“Self” es un término ligado al concepto de identidad; las posibles traducciones al español son “sí mismo”, “uno” o “uno mismo”, y aluden al sentido de identidad que tiene el término en inglés o en alemán. Ya Freud en 1910 propone la noción de “sí mismo” (“selbst”), cuando en la primera teoría de las pulsiones se refiere a la idea de búsqueda de la preservación ante la muerte y a la idea global de sujeto, individuo y persona (Lagomarsino, 1998).

Freud hasta Kernberg incluyendo a Hartman, Jacobson y Kohut, homologan el concepto de narcisismo a la identificación del self con las características maníacas y omnipotentes del yo ideal, una condición eminentemente clínica, por cuanto denuncia la apariencia sintomatológica observada en los pacientes con personalidad narcisista. Es decir, que la fenomenología “expansiva” observada en su conducta, es consecuencia del objeto ideal internalizado (López, 1991).


En este sentido, según Lagomarsino (1998), en el narcisismo el objeto de la libido es el Yo, y el Sí Mismo es el objeto de amor del Yo. El Sí Mismo queda definido como un conjunto de representaciones que conforman para el sujeto un modelo y funcionan como objeto actual del amor del Yo. El Si Mismo adquiere este sentido en la elección narcisista del objeto, es decir, la identificación con el objeto produce un conjunto de representaciones que el sujeto tiene de sí, este modelo será buscado en el objeto y revestido de líbido narcisista. Entonces lo amado será el modelo; el Sí Mismo, lo que uno mismo fue. Cabe puntualizar que las nociones de Sí Mismo y del Yo no pueden ser intercambiables, ya que se refieren a grupos de representaciones con distinto contenido.

El “Ideal del Yo” forma parte de la noción del “Sí Mismo” ya que sin ser del “Yo” está investido de libido narcisista y aparece como un modelo o representaciones, que se conforman a partir de lo que el sujeto no posee en el momento actual (Lagomarsino, 1998).

Según Aragonés (1999), la madre forma parte del yo narcisístico inicial y el niño lo es para la madre; en este sentido, la investidura narcisista es una fuerza cohesiva y englobante que se niega a diferenciarse e impide la diferenciación del otro, no dejándole espacio propio para la separación o diferenciación pues conlleva pérdida de sí mismo; además  el narcisismo de “su majestad el bebé” rechaza con dolor y furia todo intento de la madre de dejar de ofrecerse (brazos, piernas, pecho, miradas, voz) como parte de sí mismo del niño al diferenciarse ella como sujeto. De esta manera entre la consustanciación del Yo que lo incluye todo y la brecha entre el Yo y el objeto, Freud tiene el concepto de “investidura” como puente. Así, todo objeto, todo nuestro mundo objetal, todo el mundo que nos rodea estuvo, antes de desprenderse, investido narcisísticamente. Entre este antes y después, entre el Yo que todo lo incluye y la creación del mundo objetal (un mundo exterior al sujeto), se centra el momento fundacional del psiquismo.
   
Según Kernberg (1989, c. p. López, 1991) la personalidad narcisista, en vez de integrar las representaciones positivas y negativas, tanto del self como de los objetos, en la búsqueda de una “constancia del objeto”, junta todas las representaciones positivas e idealizadas del self y los objetos, lo cual resulta en un concepto poco realista y demasiado idealizado de sí mismo, así como un self grandioso patológico.

Es importante referir que de acuerdo a Melanie Klein, el Yo es la parte organizada del Self, constantemente influida por las pulsiones o instintos, pero teniéndolos bajo control mediante la represión; además dirige todas las actividades y establece y mantiene la relación con el mundo exterior; mientras que el Self envuelve la totalidad de la personalidad que incluye no solamente el Yo sino lo instintual correspondiente al Ello (según Freud), así como a los objetos internalizados y entidades como el Superyó; de esta manera la noción de Self implica sentirse uno mismo como totalidad animada, por ende ligada a la elaboración de la posición depresiva; por lo que una buena estructuración del Self supone la posibilidad de reconocerse en sus distintas relaciones de objeto y mecanismos defensivos así como la disminución de la identificación proyectiva patológica y la tolerancia de ansiedades depresivas y persecutorias (Lagomarsino, 1998).

Ya en 1930, Simmel subraya la importancia del narcisismo patológico en la personalidad pre-mórbida del drogadicto. Cuando se desarrolla la drogadicción, el paciente se transforma más y más en el niño narcisista, e irrumpe a la conciencia el infantil principio del placer. Al examinar la drogadicción grave describe una regresión a la fase de la succión en la que el paciente (especialmente durante el tratamiento en aislamiento) representa a un ser ya incapaz de emplear su aparato mental para vincularse con los estímulos. En su lugar, el cuerpo responde autoeróticamente a las tensiones y a los estímulos, lo cual explicaría los cólicos, los vómitos y la frialdad que sufre el drogadicto durante el tratamiento de privación. Simmel puntualiza el contenido de las fantasías orales del adicto, de comer y de ser comido por otros, que él vincula con el último recurso del deseo del paciente de perder los límites de su yo como el niño en el útero materno. El drogadicto que desea dormir y morir ha quedado bajo el dominio del instinto de muerte, impulsado por la dominación omnipotente del principio del placer. Sin embargo, existe también una tendencia a desviar nuevamente hacia afuera el "odio introvertido", para envenenar a otro en lugar de envenenarse uno mismo, situación que es actuada por la seducción ante los demás para convertirlos en adictos (Vásquez y Donghi, s.f.).

Las drogas psicotrópicas, permiten una satisfacción hedonista de corte profundamente narcisista, el reencuentro ilusorio con la completud originaria y sus afectos maniacos. Se trata de un efecto ilusorio de recuperación de la unicidad perdida. En muchos casos al efecto farmacológico y psicológico individual, se agrega el efecto ilusorio del grupo preedípico, la pandilla, banda o grupo de adictos, donde la identidad individual –no diferenciada- se circunscribe al grupo –sustituto de la relación dependiente con la madre: "soy, me defino, en función y a través del grupo”-, lo cual expresa el fracaso en la triangulación edípica y muestra las dificultades para alcanzar la individuación adulta (Bleger, 1971  c. p. Campuzano, 2002).

En este sentido López (1991), propone que tanto la introyección del objeto idealizado (investidura libidinal del Self), así como la del objeto malo, son consecuencia de la fusión narcisista entre las representaciones del self y del objeto externo idealizado. Más aun, la introyección de un objeto parcial cualquiera dentro del narcisismo patológico, conlleva a la proyección de una contraparte especular, como seria el objeto idealizado en contraposición al objeto malo perseguidor. Otra característica determinante en el narcisismo patológico es la rigidez de las estructuras, que operan guiadas por el instinto de muerte y la compulsión a la repetición, definiendo la transferencia. La fusión entre representaciones parciales del objeto idealizado y del objeto malo, que son introyectadas y proyectadas, constituyen partículas de alta velocidad, a las cuales Bion se refería como partículas beta, que sirven sólo para estructurar la acción y nunca como material para ser pensado.

Cuanto más difundidas y asequibles son las drogas, más se aprecia que puede asentarse su uso crónico sobre cualquier tipo de carácter, tanto preedípico como edípico. Pero también es visible que la reiteración de la búsqueda hedonista en las drogas, promovida por la experiencia narcisista, favorece el desarrollo de caracteres narcisistas preedípicos o de acentuados rasgos narcisistas en todo tipo de caracteres. El aislamiento narcisista del adicto con su droga es una de las configuraciones defensivas que frecuentemente se encuentra en la práctica clínica. Las familias suelen quejarse de que sus miembros adictos "ni los ven, ni los oyen", viven en un mundo aparte, y permanecen aislados aunque coexistan en el mismo ámbito que la familia. El desmontaje de dicha organización es requisito indispensable en todo proceso psicoterapéutico que busque la recuperación del adicto. También se observa que algunas de las recaídas en el proceso de recuperación de los adictos tienen que ver con mecanismos narcisistas. Por ejemplo, en aquellos sujetos que fracasan al triunfar, no por una culpa sino por la omnipotencia del narcisismo infantil, con argumentos como por ejemplo: “yo si puedo tomarme unas cervezas o inhalar unas rayas de cocaína, sin recaer en la adicción", postura fracasada al poco tiempo por la reinstalación del círculo adictivo. Es por ello que los pacientes requieren asistir periódicamente a grupos psicoterapéuticos que funcionen a manera de recordatorio, para hacer más difícil el paso a la omnipotencia nuevamente, luego de lograr la recuperación. Para controlar el círculo adictivo hay que tener muy en cuenta los mecanismos narcisistas y, en especial, a la omnipotencia infantil (Campuzano, 2002).

Según López (1991), el propósito más importante implícito en el tipo de estructura que se desarrolla en los adictos es mantener una dictadura sobre el aparato mental, impidiendo una ruptura o debilitamiento de su organización, mediante la idealización del conglomerado narcisista que conforma el objeto malo, por lo tanto todo cambio que amenace esto será sentido como un fracaso, por el temor de perder el control omnipotente derivado de los procesos de idealización. La protección a la persona, el cuidado por la vida o la tranquilidad a largo plazo, son continuamente denigrados y desvalorizados por la persona, hasta no sólo obstruir la lógica simbólica sino las relaciones causa-efecto; midiendo los hechos por sus intenciones y no por sus consecuencias: “los efectos de la droga me encantan, me gusta la vida de la calle, me aburro de estar en un solo lugar o en un mismo empleo, etc.…” y se habla poco de los resultados como la pérdida de estudios, trabajo, robos, disputas familiares, entre otros.

Según Simmel (1930, c.p. Vásquez y Donghi, s.f.), la drogadicción también actúa como defensa contra la melancolía: puede considerarse como una "manía artificial". Sin embargo, la manía farmacotóxica progresiva, en contraste con la manía espontánea, no ayuda al paciente a encontrar el camino de regreso a los objetos. Originariamente, la droga protege al yo en su conflicto con el ello, con la realidad y el sentimiento de culpa, pero en el curso de la adicción la droga usurpa el lugar de todos los objetos contra los cuales alguna vez se dirigió la agresión. También subraya Simmel, que la drogadicción actúa como protección contra la reacción psicótica en estados de regresión. Apunta en uno de sus casos la aparición de un sistema paranoide después del retiro de la droga. En otro no hubo una reacción paranoide notable tras la privación, pero el elemento melancólico era extremadamente notable. Sin embargo, es importante destacar que aun en los estados más agudos, los mecanismos melancólicos no son puros.

Para mantener el control omnipotente del objeto bueno, el adicto utiliza mecanismos de degradación sucesiva, negación de las bondades del pecho, comportamiento “como si”, proyección de aspectos primitivos del superyó, identificación proyectiva y ataque a la lógica del pensamiento (López, 1991).

Glover (c.p. Vásquez y Donghi, s.f.), resalta particularmente la importancia de conocer si la sustancia elegida por el adicto es nociva o inocua. Piensa que en la elección de un hábito más nocivo, el elemento sádico es decisivo. La droga sería una sustancia (objeto parcial) con propiedades sádicas que pueden existir tanto en el mundo interno como externo, pero que sólo desde adentro ejerce sus poderes sádicos. Las sustancias benignas están más ligadas a los intereses erógenos, a la explotación de un desarrollo ulterior y con predominancia libidinal genital. También destaca Glover (c.p. Vásquez y Donghi, s.f.), que el adicto explota la acción de la droga en términos de un sistema infantil de pensamiento, sostiene que la sustancia droga, interviene como "contra-sustancia externa" que cura [el sufrimiento internamente] por destrucción.

Simmel (1930, c.p. Vásquez y Donghi, s.f.), señala que el drogadicto tiene conciencia del significado simbólico de las drogas y sugiere que durante el análisis surge con claridad la frecuente identificación de las drogas con la orina y las heces y su relación con la compulsión a tomar algo repugnante. A menudo, el frasco o la jeringa representan al falo, pero en la capa más profunda de la simbolización, el falo está significando al pecho materno al cual el drogadicto anhela unirse. Simmel cree que la madre del drogadicto es a menudo seductora y permisiva en exceso como madre nutricia y que extrae ella misma de la nutrición un placer autoerótico. Esta madre se constituye en el superyó temprano del drogadicto, fácilmente seducible y seductora, lo cual a su entender explica por qué el superyó del drogadicto totalmente desarrollado es corrompido con facilidad por el ello (Vásquez y Donghi, s.f.).

La adicción a cualquier droga, por inocua que parezca, nunca tiene algo paradisíaco, ni nada que se le parezca; pareciera que lo mas importante no es la supuesta regresión al útero materno, sino la confusión psicótica de zonas, resultante de la idealización de las heces, pautándose que el ano es el útero, el paraíso, y las heces (las drogas), el “manjar de los dioses”. Después de todo, los actos se miden por sus consecuencias y no por sus intenciones, mientras que en pacientes adictos lo que prevalece es actuar por la intención que se tenga y no por la consecuencia que vaya a acontecer (López, 1991).



Referencias Bibliográficas
Aragonés, R. (1999). El Narcisismo: como matriz de la teoría psicoanalítica. Ediciones Nueva Visión: Buenos Aires.
Campuzano, M. (2002). Adicciones y Narcisismo [Versión electrónica],  LiberAddictus, 62.
Lagomarsino, J. (1998). Orígenes y evolución del psiquismo según Heinz Kohut. Trabajo No Publicado. Ateneo de Estudios Psicoanalíticos, Rosario, Argentina.
López, R. (1991). Adictos y Adicciones: Una visión Psicoanalítica. Monteavila Editores: Caracas.
Vázquez, L. y Donghi, A. (s.f.). Desarrollos post-freudianos relativos a las adicciones. Recuperado el 22 de enero de 2008, de http://www.sexovida.com/psicologia/freud3.htm

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